Los muchachos no
creen en las cosas que anduvieron escuchando los últimos días. Un
limonero o cualquier otro árbol frutal o cítrico no sorprendería a
nadie. Si la mayoría ya sabe de las viejas esas perversas que
aprovechan cualquier centímetro escondido en la ciudad para ir y
¡PAM!, plantar la semillita. A los cabos al principio no les parecía
nada preocupante, vandalismo extravagante, una moda que ya iba a
pasar, como todas. Pero después las viejas habían empezado a hablar
entre ellas y hasta a armar pequeños clubes. Las viejas perversas, a
la larga el gobierno de la ciudad tuvo que intervenir, hacer
declaraciones, llamar a algunos policías de más, asegurar estar
detrás de la pista clave que los llevaría de una buena vez por
todas a encarcelar por un tiempo a las viejas perversas. Con sus
años, era lo mismo condenarlas a muerte, ninguna más vería otra
vez la luz del día libre.
Habrán pasado ya
unas tres semanas. El gobierno ya no sale tanto a hablar, pero
limoneros y las otras cosas violetas siguen habiendo. Cemento se
puede tirar, y se tira, pero es barato y no dura mucho, a los pocos
días ya está mete que nacer la maldita semillita. Echa esas raíces
gigantescas, duras como un pedazo gigante de madera. Y las raíces
rompen todavía más y más cemento. Y meta machete, veneno y a veces
hasta fuego. Y cae el maldito árbol solamente para que tres días
después empiece a asomar alguna cabecita verde que parece de lo más
inocente pero que ni bien te das vuelta ¡PAM!, quince metros de raíz
dañina y traicionera.
Lo de esta vez es,
sinceramente, pasmoso. Algunos escuchamos, no somos todos tan
jóvenes, que en otra época hacíamos ciudades enteras con toda esa
mugre, que incluso vivíamos con la mugre. Cabecitas verdes,
cabecitas verdes cuidadas, alentadas a traicionar, algunas incluso
saludadas, como si fuera uno más. Entonces claro que nos preguntamos
si esas viejas tienen algo que ver, si serán ellas las descendientes
satánicas de alguna malsana y terrorífica costumbre de alentar el
crecimiento virulento de esa plaga espantosa. Brujas son, brujas
tienen que ser porque no hay una explicación posible que nos
solucione lo de hoy, que nos permita entender los horrores que nos
toca vivir. Entre dos edificios, para peor. Había quedado un espacio
disponible algunos días atrás, y por supuesto que el lugar estaba
bien custodiado y se esperaba que todo estuviera listo en cuestión
de horas, esta mañana. Pero ni custodios, ni policías, ni el nuevo
edificio ya casi listo. Todo en vano, todo al pedo. Como si fueramos
a tener que acostumbrarnos a vivir así, sobreviviendo, sin los tubos
en la espalda, sin trajes, sin antifaz, sin máscaras. Las mediciones
asustan cada vez más a los funcionarios y algunos precavidos ya
están buscando trabajo en otras partes, pero no quieren entender que
no es solamente acá, en esta ciudad, que la peste azota
prácticamente todas las ciudades. Que hasta ya han visto en
distintas partes algunas viejas perversar sin los tubos, con una
mueca burlona, desnudas frente al mundo.
No somos todos tan
jóvenes, y esas cosas las escuchamos, prestamos atención. Pero una
cosa son los rumores, los chismes, otra cosa es levantarse a la
mañana, salir a mirar por la ventana y ver eso. Ahí nomás arranca
la desesperación, ataque de pánico lo llaman, y sentir que los
tubos apretan, que el antifaz arranca pedazos de piel, que la máscara
empieza a bailar, mojada por el sudor, y que debajo del traje se
empieza a sentir frío, frío y húmedo. ¿Qué puede hacer uno
cuando todo lo que es se desmorona entre gotas frías de sudor? Se
tiran, los pobres malditos, se tiran desde un primer piso o desde un
piso cincuenta y tres, pero se tiran y se rompen el alma. ¡Muertos
antes que involucionados!
Tienen que ser
brujas las viejas malditas, son brujas que sino no se explica. Que
frente a la escena del crimen los cabos apenas si pueden mantenerse
en pie, que tienen que darse vuelta y pensar fuerte en otra cosa
porque sino ahí nomás les da ganas de tirarse y aún estando al
nivel del suelo se romperían el alma. Y hoy las mediciones son
secretas, y uno piensa si está bien que no larguen las cifras para
evitar el pánico o si generan más pánico estándose tan
calladitos.
Y caminan las
viejas malditas nomás, agarradas de las manos desnudas, sin los
tanques, fingiendo que disfrutan todo ese ritual perverso. Son brujas
las viejas perversas, si hasta uno les llega a creer que no están
sufriendo. Mientras todos los demás miramos con terror las cifras de
dióxido de carbono que bajan cada vez más y empezamos a sentir que
por los tubos se empieza a escapar el óxigeno que aumenta en la
ciudad a pasos agigantados. Las viejas agarradas de las manos
desnudas y de fondo el escenario grotesco, cien metros cuadrados de
árboles, plantas como garras, hojas verde vómito. Y en la base,
coronando el horror, el manto oscuro, el verdor del pasto combinado
con la sangre y los cráneos de todos los que se tuvieron que tirar,
porque los niveles de dióxido de carbono bajan cada vez más.